Cuando el año pasado la tasa de desempleo juvenil de China alcanzó un nivel récord del 21,3 por ciento, Pekín hizo lo que suelen hacer los gobiernos autoritarios cuando surgen verdades desagradables: dejó de publicar los datos. La Oficina Nacional de Estadística de China excluyó a los estudiantes de los datos y ¡bingo! en diciembre, el desempleo juvenil había descendido casi un tercio.
Manipular los datos, como sospechan muchos observadores de China, no hace desaparecer el problema. En julio, tras varios meses de pequeños descensos, la cifra del paro juvenil volvió a aumentar bruscamente: en un tercio, hasta alcanzar el 17,1 por ciento.
Jiayu Li, residente en Singapur y asociada de la empresa de asesoramiento sobre políticas públicas Global Counsel, explica a DW que ya los datos anteriores excluían a millones de trabajadores rurales, que, según ella, “se enfrentan a mayores dificultades para conseguir un empleo a tiempo completo” que los de los centros urbanos.
“Las cifras oficiales no reflejan fielmente la verdadera situación sobre el terreno. Incluso tras cuestionables revisiones metodológicas, las cifras siguen aumentando, lo que pone de relieve la gravedad del problema”, afirmó Li.
Aunque puede que la economía china ya no se expanda a un ritmo anual de dos dígitos, como lo hacía a principios de la década de 2000, el titán asiático aún prevé crecer un 5 por ciento este año, una cifra con la que la mayoría de los países occidentales sólo pueden soñar. Entonces, ¿por qué China no es capaz de crear suficientes puestos de trabajo para los aproximadamente 12 millones de licenciados y millones más de jóvenes que abandonan los estudios y se incorporan a la población activa cada año?
Adiós a la promesa de Xi de “prosperidad para todos”
La culpa la tienen los problemas estructurales, el COVID-19, la lenta recuperación tras la pandemia y las tensiones comerciales con Occidente. Pero igual de paralizante para el crecimiento económico, así como para las perspectivas de empleo de muchos jóvenes, fue la ofensiva de largo alcance del presidente Xi Jinping contra los sectores tecnológico, inmobiliario y de la educación privada en 2020/21.
Los gigantes tecnológicos chinos, cuyo cuasi monopolio era el objetivo de las reformas de Xi, perdieron más de un billón de dólares en valor de mercado. El sector inmobiliario se hundió, llevándose consigo los ahorros de decenas de millones de personas. El floreciente sector educativo-tecnológico chino, que ofrecía clases particulares a unos 75 millones de estudiantes, quedó diezmado. Inevitablemente, se produjeron despidos masivos y muchos de los afectados eran trabajadores jóvenes.
Las plataformas de enseñanza en línea, por ejemplo, habían ganado popularidad durante años, debido a la intensa competencia por la educación universitaria entre los estudiantes chinos y al énfasis cultural en lograr buenas notas. Se calcula que, en 2019, había 10 millones de personas empleadas en el sector de la enseñanza privada en China, muchas de ellas recién graduadas.
“La represión de Xi provocó un enorme escalofrío en este sector”, dice a DW Diana Choyleva, economista jefe de Enodo Economics, con sede en Londres. “Aunque los empleos en educación no se agotaron por completo, se volvieron mucho más inestables y poco fiables, reduciendo una vía que los licenciados infrautilizados habían utilizado para mitigar sus menguantes perspectivas económicas.”
¿Se necesitan más chips que trabajadores?
A medida que la economía china sigue ascendiendo, Pekín ha puesto sus miras en el dominio tecnológico mundial. Las enormes inversiones en inteligencia artificial (IA), producción de chips y energía verde ayudarán a reducir la dependencia de China de Occidente. Pero estos sectores no necesitan necesariamente muchos trabajadores nuevos.
“El Estado se centra en sectores emergentes como la IA y los vehículos eléctricos, que son pequeños y no requieren mucha mano de obra, por lo que ofrecen una creación de empleo limitada”, afirma Li, de Global Counsel. “Esto ahoga la innovación y el avance tecnológico, irónicamente lo mismo en lo que Pekín quiere confiar para impulsar el crecimiento futuro”.
Los empresarios chinos tienen ahora aversión al riesgo
Al tomar medidas tan drásticas contra el sector privado, Xi ha ahogado las inversiones en nuevas empresas y la disposición de los jóvenes empresarios a asumir riesgos. El número de nuevas empresas chinas ha caído un 97 por ciento en los últimos seis años, según informó esta semana el diario económico británico Financial Times: de más de 51.000 en 2018 a unas 1.200 el año pasado.
Si China se encamina a superar potencialmente a Estados Unidos como la mayor economía del mundo, los jóvenes talentos deben desempeñar un papel fundamental en el impulso de ese crecimiento, subraya a DW Nicole Goldin, investigadora principal no residente del grupo de expertos Atlantic Council, con sede en Washington.
“[El elevado desempleo juvenil] merma la productividad y complicará la capacidad de China para competir a escala mundial. Estos jóvenes desempleados no podrán abrirse camino en la clase media, lo que perjudicará al consumo y tendrá implicaciones sociales potencialmente desestabilizadoras que podrían obstaculizar aún más el crecimiento”, advierte.